viernes, 11 de junio de 2010

UNO QUE OTRO VISIONARIO




Y cuando creyó que todo por fin se acaba… Empezó a respirar el aire artificial con el que aún creía vivir, Su mirada se entorpeció buscando desesperadamente el calor de los parpados, pero con su afán, se negaba a esperarlos, pues nunca hay tiempo para nada, y mucho menos para un parpadeo que absorbe más del tiempo necesario… balbuceaba a pesar de lo seca que se hallaba su garganta, y no es de esperar otra cosa, había corrido más de 6 kilómetros, sumándole el pánico que la noche le producía y los sonidos que provenían desde la oscuridad y las tinieblas, ¡ah! olvidé mencionar el miedo con el que aceleraba por el terrible acto que acababa de cometer.

Caminaba mientras los nervios estropeaban gran parte de su circulación normal, a pesar de ello, sus manos permanecían intactas, aunque su rostro indicaba lo contrario. De un momento a otro, empezó a llorar y mientras mordía sus uñas como de costumbre, notó la extrañeza de su sabor, pues como era de esperarse, la tierra con la que había cometido aquel delito estaba intacta entre las líneas de la palma de su mano.

Llegó a su casa, fijó su mirada en el espejo y encontró por fin, a su ser más amada, aquella pala que por muchos años lo había acompañado, pero que esa noche desgraciadamente y por error del destino, estuvo ausente en tal atrocidad, esa necedad que cambiaría el destino de las cosas, la que lo haría llamar por siempre ecologista y poco ambicioso: pues esa tarde, sin ayuda de nadie, ni de su propia confidente, había plantado 233 árboles en el más grande pozo petrolero, que sólo él había encontrado pero que muy pronto investigarían los visionarios y lo explotarían de una forma tan infame, que ni el jardín de su casa, quedaría con un poco de sangre negra, que lo hiciera sentir feliz.

Kory G.

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