sábado, 13 de febrero de 2010

FEO


Erase una vez un erizo, el pobre como todos los de su especie; era feo y lo sabía. Por esos vivía en sitios apartados, siempre en matorrales sombríos, no hablaba con nadie, siempre solitario y taciturno, siempre triste y avergonzado, el que en realidad tenía un carácter alegre y gustaba de la compañía de los demás.
Solo se atrevía a salir a altas horas de la noche y, si entonces oía pasos, rápidamente erizaba sus púas y se convertía en una bola para ocultar su rubor.
Una vez alguien encontró una esfera hispida, ese tremendo alfiletero. En lugar de rociarlo con agua o arrojarle humo (como aconsejan los libros de zoología), tomó una sarta de perlas, un racimo de uvas de cristal, piedras preciosas, o quizá falsas, cascabeles, dos o tres lentejuelas, varias luciérnagas, un dije de oro, flores de nácar y de terciopelo, mariposas artificiales, un coral, una pluma y un botón, y los fue enhebrando en cada una de las agujas del Erizo, hasta transformar a aquella criatura desagradable en un animal fantabulosamente único y hermoso.