miércoles, 7 de julio de 2010

EL TREN DE LOS SUEÑOS



¿Cómo es la vida del otro lado?- preguntó ella casi en un susurro cerca de su oído.
El tren en que viajaban corría sobre la superficie de un océano resplandecido por las estrellas que iluminaban el cielo. El se quedó mirando el reflejo de su rostro que se confundía con los destellos del mar tratando de encontrar una respuesta.
Esa noche, como todas las noches, se había dormido con la ansiada esperanza de volver a encontrarla en sus sueños y aunque el esfuerzo por no dejarse arrastrar por paisajes de la infancia y otros recuerdos era considerable, finalmente se alivió cuando escuchó el ruido acostumbrado de las ruedas metálicas sobre las vías.
Viajaban en un tren completamente iluminado, como el que veía muchas veces en su camino de regreso a casa. Y ella estaba sentada a su lado, sonriente y radiante como la recordaba en otros sueños.
-¿Cómo soy yo del otro lado de los sueños?- volvió a preguntar ella sin esperar respuesta a la primera pregunta.
- Eres distinta- respondió él. -Ya no habitas los mundos mágicos que alguna vez creamos y siento que cada día que pasa te vas alejando mas y mas en una distancia que se hace infinita. Es por eso que sigo buscándote en cada sueño porque se que aunque todo esto es pasajero, es hermoso vivirlo mientras dura porque no hay distancias de años ni de montañas entre tu reflejo y el mio.
Ella se acercó a la ventanilla y dejó que su aliento tibio empañara un pedazo del cristal. Entonces con un dedo dibujó en él un barco.
-¿Te acuerdas? - preguntó sonriente.
Su mente se extravió por calles y cerros llenándose de poesía al tiempo que también sonreía moviendo afirmativamente la cabeza.
El andén estaba desierto cuando descendieron del tren y la luz del Faro que habían construido en muchos otros sueños apenas se divisaba en medio de la niebla.
Un sonido monótono y persistente se escuchó de pronto
-No quiero despertar - suplicó él mientras caminaban presurosos hasta el Faro.
Pero ella se detuvo para sentarse en una roca de un costado del camino. Miró sus manos y tocó su rostro.
-Creo que ya estás despertando - le dijo sin dejar de sonreír- mira como empiezo a desvanecerme al igual que los caminos y todo lo que aquí hay.
El trató de retener ese lugar, tomarla de la mano y evitar que se confundiera con la niebla, pero finalmente el sonido del reloj terminó por borrar todos los caminos y apagar la luz del Faro, como ocurría inevitablemente todas las mañanas.
El día tendría que pasar con su rutina cotidiana, rápido, muy rápido hasta que nuevamente un tren iluminado irrumpiera en sus sueños...como todas las noches.

lunes, 5 de julio de 2010

LLUVIA


Las pesadas gotas de este interminable invierno me golpean sin piedad, cada una, certera, lacera mi alma aunque no dañe mi cuerpo, me recuerdan el castigo que merezco y que lentamente voy recibiendo.

Aunque mi rostro se encuentra anclado al suelo y la lluvia no logra tocarlo, las dulces gotas del cielo se mezclan con las saldas gotas de mis ojos, se unen en un solo líquido, cáliz de castigo y de dolor.

Los empapados perros callejeros como de costumbre me ladran y me acechan, pero esta vez más llenos de odio, con ira en sus ojos, con rencor en sus fauces, tal vez por que sienten el pecado que llevo dentro, el miedo que traigo dentro.

Mis hombros cada vez se ponen mas pesados, por el peso de agua pienso, pero es mas por el peso de la culpa.

El difícil camino se hace más empinado, como tratando de darme un castigo, como tratando de causarme daño.

Pero aun así, preferiría escalar un interminable sendero hacia la nada, que llegar a un lugar que magnifica mis angustias y hace llagas en mi conciencia.

Un lugar lleno de recuerdos y de momentos, de tesoros que se hundieron en el mar. y que por la cobardía se perdieron, sin esperanzas de volverlos a recuperar.

Que melancólico es llegar empapado por fuera, pero seco por dentro a mi hogar.

jueves, 1 de julio de 2010

Sin Tilulo Nº 5


Busco sombras en el desierto.
Hallo arena y fuego.
Voy por las dunas sin rumbo a la muerte;
seguro llego a las instancias secretas de la vida.
La vejez alcanza apenas el ápice del olvido.
Vuelvo a ver la ventana donde el día declina;
triste me retiro y sucumbo en la grandeza del fracaso.